jueves, 8 de octubre de 2015

Memoria colectiva. Antonio y Diego

Recuerdo la fragilidad de ese cuerpo diminuto, un cuerpo modelado por los años y por los avatares de la vida. De joven fue boxeador y llegó a ser campeón de España de peso mosca. Fue un luchador, un soñador. Con su melena blanca al viento, su actitud jovial y una mirada viva, que solo he visto en esa generación de hombres y mujeres que dieron los mejores años de su vida para defender unos ideales de justicia social que hoy en día no son más que el recuerdo de lo que pudo ser y no fue. Así era Antonio, con esa sonrisa pícara, con esa actitud ante la vida y con esa consciencia de justicia que a pesar de los años, jamás abandonó.



Me viene a la memoria la imagen de Diego, siempre con un pitillo entre los dedos, estos ennegrecidos por el contacto constante de la nicotina humeante. Su voz ronca, su testarudez, sus ansias de saber, lo hacían atractivo. En su juventud, vivió la Barcelona revolucionaria de los adoquines y desde su vejez se dedicó a poner voz a los personajes anónimos que él conoció y a los que no permitió que quedaran en el olvido. Desde su habitación de la calle Verdi, entre libros y papeles, ahí estaba Diego. Humo y pasión, y esas gafas que más bien parecían una lupa, repasando siempre esos documentos que para él eran el recuerdo de su vida y la memoria de tantos otros que junto a él lucharon, y aunque perdieron, nunca fueron vencidos.



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